Hoy vamos a leer una leyenda Andalusí que se atribuye a Antequera y al mismo tiempo vamos a ver tres tiempos verbales del pasado. ¿Conocéis la Peña de los Enamorados?


En Estepona tenemos una escalera de colores que nos va a servir para explicar los tiempos verbales.
Imagina que estás subiendo la escalera, cada vez que das un paso y subes un nuevo escalón, es algo que has hecho. Las acciones que hicimos en el pasado se expresan con Pretérito Indefinido.
Si queremos describir cómo era el escalón, una descripción en el pasado, usaremos el Pretérito Imperfecto.
Cuando pensemos en un escalón concreto del pasado, y en otro anterior a este (pasado del pasado), usaremos el Pretérito Pluscuamperfecto.
Pretérito Indefinido: Un evento en el pasado
Subí un escalón
Pretérito Imperfecto: La descripción de un momento pasado / Rutinas en el pasado
El escalón era de color rojo
Pretérito Pluscuamperfecto: Un evento pasado antes de otro evento pasado
Antes había pasado por un escalón amarillo
Presta atención a cómo se usan los verbos en la siguiente leyenda:
La Peña de los Enamorados
La Antequera andalusí era muy diferente a la ciudad que conocemos hoy. Sus calles estaban llenas de gente, pero no hablaban español ni profesaban la misma religión mayoritaria en España hoy día.
Como centro comercial de Al-Andalus, Antequera era una ciudad vibrante con muchos viajeros que iban y venían. Por eso Jacinto estaba entusiasmado con la idea de visitar aquella mítica ciudad. Viajaba en burro, o mejor dicho, viajaba con un burro.
Él caminaba mientras el burro cargaba las patatas que iba a vender en el mercado. Su padre le había contado que en Antequera era fácil vender la cosecha, que con tan solo pasear por las calles, la gente le iba a preguntar.
Pero la realidad fue diferente. Cuando llegó al centro, vio como había mucha otra gente vendiendo comida y que no iba a ser tarea fácil vender todas las patatas.
Aunque tardó hasta bien entrada la tarde, consiguió vender sus patatas, casi todas a buen precio. Con el animal descargado ya pudo subirse encima y salió a un paso tranquilo en el ocaso del día.

En su camino se encontró a una chica a la que reconoció de inmediato. Años antes había visitado Córdoba para trabajar recogiendo trigo. Allí se había cruzado con esa chica y su padre que habían ido a visitar a un familiar.
Jacinto se puso muy contento cuando vio a la chica, y como no se acordaba de su nombre, le preguntó descaradamente.
– Confío que vuestra merced me recuerde, yo nunca olvidaría a tan bella dama, aunque reconozco que olvidé su nombre. Espero pueda perdonarme -dijo Jacinto risueño.
La chica se sonrojó, pero reconoció a Jacinto y se alegró de verle.
– Me llamo Fátima y sí os recuerdo.
Jacinto decidió que a partir de ese momento intentaría ir a Antequera cada vez que fuera posible a vender los productos de su huerta. Cada vez que iba, aprovechaba para hablar con Fátima. Pasaban tiempo juntos a escondidas y poco a poco el amor nació entre ellos.
El padre de Fátima no tardó mucho en enterarse que su hija estaba siendo rondada por un cristiano. La noticia corrió por Antequera como la pólvora, y muchos curiosos querían ver qué pasaría. Todos estaban seguros que el joven Jacinto pagaría con su vida.
Jacinto había trabajado toda la mañana. Llenó las alforjas de pimientos, berenjenas y tomates y salió con su burro hasta Antequera. Por el camino, cuando todavía estaba lejos de la ciudad, Fátima le encontró en el camino. Estaba acalorada, sudando y con la respiración entrecortada.
-¡Mi padre te está esperando! Él y sus dos hermanos van a matarte, -dijo Fátima con preocupación-. Tienes que huir de aquí.
Jacinto sabía que tenía un gran problema y que poco podría hacer para solucionarlo. Ese día no se había traído ni su cuchillo y se sentía indefenso. Bajó del burro y miró a Fátima a los ojos.
-Moriré por ti si es necesario, pero no puedo huir de tu presencia. ¡Jamás!
Llenos de amor, los dos enamorados huyeron al bosque. Pero los pueblos Andalusís estaban llenos de ojos por todos sitios, y en poco tiempo, su padre se enteró que escapaban por la montaña. Pronto montaron sus caballos y salieron armados a buscar a los jóvenes.

Iban a pie porque habían soltado al burro. Así sería más fácil esconderse. Comenzaron a subir. En un primer tramo cruzaron un río. El agua estaba helada para la fecha del año. Después atravesaron un bosque muy frondoso, y las ramas de los árboles les rozaban todo el cuerpo. Los árboles estaban magníficos.
Cuando llegaron a la cima, estaban cansados porque habían subido toda la montaña muy rápido. Se asomaron y vieron la magnífica Antequera en la distancia. Se agarraron las manos. Se besaron y saltaron.
El padre de Fátima volvió a casa a avisar a su mujer de la muerte de su única hija desolado. Estaba triste y enfadado porque no había podido evitar el triste desenlace.
Con lágrimas en los ojos se asomó a la ventana, sabía que durante toda su vida iba a recordar esa fatídica noche porque desde su casa, podía ver la montaña. Pero se dio cuenta que la montaña había cambiado.
La roca se había transformado en la cara de Jacinto para recordarle el resto de su vida que había amado a su hija.
Alegoría de la Escalera
- Jacinto subió un escalón. Era de color rosa. Allí se encontró con Fátima
- Fátima y Jacinto ya se habían conocido anteriormente, en otra escalera
- Los dos subieron al siguiente escalón, era de color rojo Fue cuando los dos se enamoraron
- Subieron a otro escalón que era de color negro. Allí estaba el padre de Fátima quien no estaba de acuerdo con el romance.
- Subieron otro escalón y escaparon del padre. El escalón era de color verde, como el bosque que atravesaron.
- El padre ya había salido antes a perseguirles
- Llegaron al último escalón, de color azul. Saltaron y se suicidaron como hacían los amantes de su época
- La montaña se transformó en la cara de Jacinto